Introducción

La identidad nos concierne a todos, independientemente de cualquier condición en la que se nazca un individuo desarrollará una, es inevitable. Sin embargo, qué tanto de nuestra identidad puede ser tomado como genuino, como una muestra completamente original, cuánto de ella es verdaderamente nuestra esencia del ser. El vivir cotidiano es formador de nuestra identidad en buena parte y, por tanto, no podemos prescindir de él para examinar qué tanto de nuestra identidad es verdaderamente auténtico. El día a día no nos pertenece en su totalidad, no podemos  decidir sobre todos y cada uno de los momentos vividos. Diariamente tenemos contacto no sólo con las leyes de la naturaleza (que ya es una reducción  a nuestra libertad) sino con otros individuos. Cada uno de ellos, en continuo y variable desarrollo de su identidad tiene derechos que deben ser respetados y que, por lo tanto, significan otra restricción a nuestro libre albedrío. Sin embargo, hay otras limitantes aún mayores que se sobreponen a nuestro actuar. Estas limitantes vienen en muy diversas y variadas formas, especialmente  aquellas que condicionan nuestro comportamiento o intentan conducirlo por determinados caminos. Hablo principalmente de: ideologías, educación, comportamientos externos y responsabilidades sociales.  No ahondaremos demasiado sobre estos conceptos, tampoco sobre lo ético en estos aspectos o cómo nació cada una de estas limitantes, pues no es menester nuestro en este momento. Estos conceptos nos ayudarán a identificar las partes de nuestro obrar que han sido conducidas exteriormente. Además de ser restricciones, algunas de las ya mencionadas inducen a que juzguemos (y a ser juzgados) a los demás de  maneras determinadas estableciendo estándares de normalidad y esto también es un formador de nuestra identidad.  Esto conlleva a la siguiente pregunta, ¿nuestra identidad es nuestra o se nos ha impuesto desde fuera? Y, en caso de que nuestro argumento nos lleve hacia la imposición, ¿hay alguna forma de hacernos con una identidad libre de imposiciones? Para esta segunda pregunta remitiremos a la obra Estado Plural, pluralidad de cultura, de Luis Villoro. Pero primero echemos un vistazo a cómo cada una de las limitantes citadas conducen nuestro obrar y, con ello,  nuestra identidad también.

Ideologías

Sistemas de creencias que tienen por función reforzar el poder político de un grupo dentro de la sociedad (Villoro, L. (1998)Estado Plural, pluralidad de culturasMéxico: Paidos)¹. De acuerdo a lo dicho por Villoro, podría integrar además otra interpretación de las ideologías, viéndolas de esta manera como un conjunto de creencias para conducir nuestro comportamiento y pensamiento hacia determinadas direcciones. Las ideologías son un factor externo que centraliza y enfoca nuestro pensamiento en un objeto en específico, como lo puede ser el patriotismo. Podemos ver a las ideologías presentes en toda sociedad, sistema económico, sistema educacional, etc. Es por tanto un aspecto que no puede pasar desapercibido puesto que, de manera casi dogmática, las ideologías en muchas ocasiones fijan nuestra reacción ante los sucesos locales, estatales o los internacionales. Y, como podemos verlo en muchas sociedades contemporáneas, las últimas ideologías fijan también nuestros objetivos, siendo esto una grave influencia ante la formación de nuestra identidad. Así como lo expone Villoro en la vía de la autenticidad¹, las ideologías, de cierta manera logran que los comportamientos de unos y otros sean en extremo parecidos, tanto en sus hábitos, pensamientos e inclusive en  las metas. Se puede observar muy a menudo en un conjunto de personas intentando obtener un empleo, si bien no en la misma empresa o intentar conseguir el mismo objeto, como lo puede ser un auto, uno en extremo parecido, casi podríamos decir que ese tipo de empleos denominados como el objetivo de una “vida exitosa” han sido producidos en serie. Incluso podemos verlo en el ámbito de la educación superior, donde la mayoría de las personas tiene desde muy pequeños la clara idea de que cierta carrera universitaria posee mucho mayor honor que otras, considerando parte de una elite a quien ejerce esa disciplina. No se puede de esta manera, con base a imitaciones, consolidar una identidad verdaderamente auténtica u original, pues nuestro comportamiento, debido a las diversas ideologías impuestas, está siendo conducido hacia aspiraciones determinadas con anterioridad por otras personas desde su perspectiva de lo que es exitoso o bueno. Nos enfrascamos así en cierta rutina repetitiva donde cada hombre en cierta disciplina genera su propio estereotipo de identidad, despersonalizándose a sí mismos. Esto ocurre en muchas ocasiones también con los niños que crecen admirando a determinadas personas o a un personaje ficticio en su caricatura favorita e irremediablemente muchos de sus compañeros que también imitan a la misma persona o al mismo personaje ficticio crean un conjunto que es rápidamente catalogado como genérico. Podemos observar estatendencia a imitar en las tribus urbanas. La imitación, por cualquier método que sea, representa una excepción al planteamiento que nos hicimos en un principio al ser una actividad que no genera una identidad propia. Las ideologías derivan nuestros actos en acciones repetitivas carentes de contenido para formar nuestra identidad. Son impuestas desde pequeños para conducir nuestro actuar o pensamientos hacia ciertas dimensiones, de esta manera nace una incógnita más, ¿de qué manera se actúa para consolidar una identidad genuina o auténtica como lo ha dicho Villoro?

Comportamientos externos

Pero las ideologías no son la única desviación en el camino, también lo es el accionar de nuestros círculos sociales inmediatos. Constantemente el actuar se dirige hacia otros, puede ser en el presente tiempo o en el futuro, las acciones de otras personas nos conducen únicamente a reacciones en lugar de acciones, cuando esto sucede topamos con el problema que presenta el comportamiento externo en la consolidación de nuestra identidad. En qué diferenciaríamos a las reacciones  de las acciones siendo que las primeras entran dentro de los dominios de las segundas. Las reacciones, ciertamente caen en la categoría de acciones, mas, las primeras derivan de las últimas. Ejemplifiquemos con el estratega que planea sus acciones, para obligar a la armada enemiga a avanzar hacia terreno poco favorable para su defensa y de este modo cerrar su abanico de acciones libres. Precisamente, debido a ciertas convenciones, como lo pueden ser los códigos de etiqueta, el respeto hacia la propiedad ajena y  demás, que podemos clasificar como acciones genéricas nos induce hacia la reacción de contestar con propiedad, decencia y la debida cortesía. Así es pues como nos topamos con otra limitante hacia nuestro accionar pues simplemente ante las acciones ajenas, nosotros nos vemos obligados a reaccionar de una manera determinada sin hacer un verdadero uso de nuestra capacidad para figurar el razonamiento detrás de todo nuestro accionar. Sin embargo, las diferentes relaciones que cultivamos con diferentes identidades ayudan a diferenciarnos del resto de ellas por medio de un contraste de rasgos, nos abre a las posibilidades el relacionarnos con diversas imágenes. He aquí donde nace la nueva visión del repudio y afinidad hacia ciertos comportamientos externos también. En el rincón de las reacciones podemos encontrar una rendija por la cual mirar hacia alternativas que nos permitan imaginar las posibilidades de una reacción diferente quizá o simplemente la ausencia de acción ante un gesto que nos incomode, por ejemplo. Formamos así una antología de gestos que nos parecen agradables o desagradables, donde aspiramos a situaciones diferentes. La aspiración en este punto se observa como una realidad alcanzable sólo en nuestras elucubraciones de algo auténtico, empero, es de vital importancia en la conformación de la identidad. Con la aspiración comienza a vislumbrarse en el futuro aquello deseado o considerado como nuestro último bien. Delimitamos esa imagen de nosotros, la elegimos y empezamos a conducirnos hacia ella. Hemos tomado entonces el primer paso, el diferenciarnos de los otros, en primer lugar, por nuestras aspiraciones.

Responsabilidades sociales

Otra realidad con la que nuestra identidad choca inmediatamente es nuestro entorno social, donde nos desarrollamos. Desde pequeños, estos ámbitos tan diversos acarrean imposiciones, inclusive en las relaciones inmediatas con nuestros padres pues ellos ya acarrean la responsabilidad de cuidarnos como normalmente lo harían los padres de acuerdo a ciertas normas tácitas o como ellos lo consideren conveniente de acuerdo a su situación específica. Sea cual sea la situación, está implícita la responsabilidad de cuidar al neonato. Este tipo de responsabilidades provenientes desde fuera y conducidas por las ideologías están presentes en todos los ámbitos sociales en los que nos desenvolvemos, como en la educación, la cultura, la política, la convivencia y en nuestra ciudadanía como tal. Pese a que tienen un sentido razonado de existir, sólo nos enfocaremos en que son limitantes en nuestras acciones para poder llegar a una conformación auténtica de nuestra identidad. Puesto que las responsabilidades acarrean, muy frecuentemente, una serie de comportamientos preestablecidos de manera implícita en nuestra persona y un patrón de actividades que se repiten durante un largo periodo de tiempo los hábitos conducen nuestra identidad por senderos preestablecidos. ¿Cómo, si es que ahora mismo nos encontramos acorralados por todas estas imposiciones, podemos desarrollar una identidad plenamente original y auténtica?

Acción reflexiva.

Dicho lo anterior y habiendo revisado cada uno de los aspectos que se nos imponen desde fuera y que conducen nuestro actuar en el día a día podemos dar una respuesta a nuestro último cuestionamiento. Llevándonos a una imitación, a un patrón repetitivo de acciones que nos producen una sensación de adormecimiento hacia la vida, de desgana, como si estas imposiciones fueran un analgésico tenemos por una parte a lo externo. De esta manera podemos identificar que cada individuo, así como precisa ser único e irrepetible, también tiene necesidades que, precisamente también son únicas e incomparables a cualquier otra. La identidad es así, también un medio para responder ante los problemas que se nos presentan y satisfacer nuestras necesidades. Y como estos aspectos externos que nos han sido impuestos son en su mayoría hechos a partir de un estándar regulatorio no son desarrolladores plenos de la identidad de una persona y por consiguiente, no responden a sus necesidades específicas. La imitación de acciones sin una reflexión posterior de lo que se ha hecho no conduce a ninguna mejora o siquiera añadidura a nuestra identidad pues simplemente despersonalizamos la acción que debería de llevar al ulterior crecimiento. Hacemos nuestras acciones un mecanismo que otros imitan también. Sin embargo, detrás de cada acción hay un razonamiento y es por tanto, nuestra parte del trabajo hacer dicho razonamiento, desentrañarlo, llevarlo hacia un plano en donde podamos comprenderlo y, de ser necesario, modificarlo para que este responda a nuestras necesidades. Sin embargo, el que responda a nuestras necesidades no es un acto plenamente egoísta puesto que al autentificarnos, creamos también así un modelo o esquema a seguir, una vida que se ofrece como ejemplo para los demás¹. De aquí podemos identificar otro aspecto más en cuanto a la autenticidad de nuestra identidad, puesto que el ejemplo constituye también una parte importante. Los ejemplos, si bien se pueden considerar como estándares, no podemos olvidar su carácter pedagógico pues se nos exponen para enseñarnos algo. En este sentido, hacia la consolidación de una identidad auténtica, el ejemplo es un paso importante pues aquellas características que consideramos buenas nos sirven como una base para poder proyectar nuestras ambiciones, lo que queremos ser. Se expresa el potencial del ejemplo en la inspiración que provee a los individuos de querer (o no querer) ser como eso. El proyectarse hacia un determinado objetivo es fundamental a la hora de consolidar nuestra identidad como auténtica puesto que se agrupan de ese modo nuestras necesidades, ambiciones, nuestras afinidades hacia ciertos ejemplos o el repudio que sentimos hacia otros tantos. Así nos vamos diferenciando de los demás y por medio de nuestras acciones, llevadas ahora de un modo reflexivo, podemos decir que hemos interiorizado aquellos razonamientos para la consolidación de una identidad auténtica y en el proyecto podemos ver qué o quién queremos llegar a ser, lo cual puede distar mucho de todo lo impuesto ya, o bien, seguir con lo anterior.

Un pueblo debe llegar a ser lo que ha elegido.¹

Y viéndolo ahora desde esta perspectiva de los pueblos, y siendo que los puntos tratados con anterioridad son imposiciones plurales, nace la pregunta, ¿qué identidad nace primero? ¿Nuestra identidad colectiva o la singular? En esta última parte bien podríamos tomar una postura para apoyar una u otra noción, pero no es menester nuestro, sólo exponer la manera en que una identidad puede llegar a ser verdaderamente original o auténtica. La identidad, bien provenga del exterior o fuero interno pareciera ser una forma en que los demás a través del tiempo se han entregado a nosotros, ofreciéndonos sus ejemplos a través de ciertas imposiciones, como la figura del padre que en ocasiones es estricto con su hijo imponiéndole su mandato sin ahondar en las explicaciones pero, con el tiempo, descubrimos que es de esta manera  como se asientan las bases para formarnos a nosotros mismos en la vida. Somos así lo que nos forjamos, a través de los otros por medio de la disciplina y razonamiento de nuestras acciones y cómo nos ofrecemos hacia los otros en un  ejemplo más de vida al distinguirnos del resto, decidiendo y delimitándonos, encaminados hacia nuestra  identidad. Nuestra identidad original y auténtica, ya consolidada se vuelve una imposición más que aspira a crear otra igual de diferente de lo que le impusieron a ella. 

Bibliografía (Villoro, L. (1998) Estado Plural, pluralidad de culturas México: Paidos)¹
 
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

Facultad de Filosofía y Letras

Colegio de Filosofía

DHTIC

Profesora: María Soledad León Herrera

Fátima del Rocío Juárez Estrada


IDENTIDAD 



Introducción

La identidad nos concierne a todos, independientemente de cualquier condición en la que se nazca un individuo desarrollará una, es inevitable. Sin embargo, qué tanto de nuestra identidad puede ser tomado como genuino, como una muestra completamente original, cuánto de ella es verdaderamente nuestra esencia del ser. El vivir cotidiano es formador de nuestra identidad en buena parte y, por tanto, no podemos prescindir de él para examinar qué tanto de nuestra identidad es verdaderamente auténtico. El día a día no nos pertenece en su totalidad, no podemos  decidir sobre todos y cada uno de los momentos vividos. Diariamente tenemos contacto no sólo con las leyes de la naturaleza (que ya es una reducción  a nuestra libertad) sino con otros individuos. Cada uno de ellos, en continuo y variable desarrollo de su identidad tiene derechos que deben ser respetados y que, por lo tanto, significan otra restricción a nuestro libre albedrío. Sin embargo, hay otras limitantes aún mayores que se sobreponen a nuestro actuar. Estas limitantes vienen en muy diversas y variadas formas, especialmente  aquellas que condicionan nuestro comportamiento o intentan conducirlo por determinados caminos. Hablo principalmente de: ideologías, educación, comportamientos externos y responsabilidades sociales.  No ahondaremos demasiado sobre estos conceptos, tampoco sobre lo ético en estos aspectos o cómo nació cada una de estas limitantes, pues no es menester nuestro en este momento. Estos conceptos nos ayudarán a identificar las partes de nuestro obrar que han sido conducidas exteriormente. Además de ser restricciones, algunas de las ya mencionadas inducen a que juzguemos (y a ser juzgados) a los demás de  maneras determinadas estableciendo estándares de normalidad y esto también es un formador de nuestra identidad.  Esto conlleva a la siguiente pregunta, ¿nuestra identidad es nuestra o se nos ha impuesto desde fuera? Y, en caso de que nuestro argumento nos lleve hacia la imposición, ¿hay alguna forma de hacernos con una identidad libre de imposiciones? Para esta segunda pregunta remitiremos a la obra Estado Plural, pluralidad de cultura, de Luis Villoro. Pero primero echemos un vistazo a cómo cada una de las limitantes citadas conducen nuestro obrar y, con ello,  nuestra identidad también.

Ideologías

Sistemas de creencias que tienen por función reforzar el poder político de un grupo dentro de la sociedad (Villoro, L. (1998)Estado Plural, pluralidad de culturasMéxico: Paidos)¹. De acuerdo a lo dicho por Villoro, podría integrar además otra interpretación de las ideologías, viéndolas de esta manera como un conjunto de creencias para conducir nuestro comportamiento y pensamiento hacia determinadas direcciones. Las ideologías son un factor externo que centraliza y enfoca nuestro pensamiento en un objeto en específico, como lo puede ser el patriotismo. Podemos ver a las ideologías presentes en toda sociedad, sistema económico, sistema educacional, etc. Es por tanto un aspecto que no puede pasar desapercibido puesto que, de manera casi dogmática, las ideologías en muchas ocasiones fijan nuestra reacción ante los sucesos locales, estatales o los internacionales. Y, como podemos verlo en muchas sociedades contemporáneas, las últimas ideologías fijan también nuestros objetivos, siendo esto una grave influencia ante la formación de nuestra identidad. Así como lo expone Villoro en la vía de la autenticidad¹, las ideologías, de cierta manera logran que los comportamientos de unos y otros sean en extremo parecidos, tanto en sus hábitos, pensamientos e inclusive en  las metas. Se puede observar muy a menudo en un conjunto de personas intentando obtener un empleo, si bien no en la misma empresa o intentar conseguir el mismo objeto, como lo puede ser un auto, uno en extremo parecido, casi podríamos decir que ese tipo de empleos denominados como el objetivo de una “vida exitosa” han sido producidos en serie. Incluso podemos verlo en el ámbito de la educación superior, donde la mayoría de las personas tiene desde muy pequeños la clara idea de que cierta carrera universitaria posee mucho mayor honor que otras, considerando parte de una elite a quien ejerce esa disciplina. No se puede de esta manera, con base a imitaciones, consolidar una identidad verdaderamente auténtica u original, pues nuestro comportamiento, debido a las diversas ideologías impuestas, está siendo conducido hacia aspiraciones determinadas con anterioridad por otras personas desde su perspectiva de lo que es exitoso o bueno. Nos enfrascamos así en cierta rutina repetitiva donde cada hombre en cierta disciplina genera su propio estereotipo de identidad, despersonalizándose a sí mismos. Esto ocurre en muchas ocasiones también con los niños que crecen admirando a determinadas personas o a un personaje ficticio en su caricatura favorita e irremediablemente muchos de sus compañeros que también imitan a la misma persona o al mismo personaje ficticio crean un conjunto que es rápidamente catalogado como genérico. Podemos observar estatendencia a imitar en las tribus urbanas. La imitación, por cualquier método que sea, representa una excepción al planteamiento que nos hicimos en un principio al ser una actividad que no genera una identidad propia. Las ideologías derivan nuestros actos en acciones repetitivas carentes de contenido para formar nuestra identidad. Son impuestas desde pequeños para conducir nuestro actuar o pensamientos hacia ciertas dimensiones, de esta manera nace una incógnita más, ¿de qué manera se actúa para consolidar una identidad genuina o auténtica como lo ha dicho Villoro?

Comportamientos externos

Pero las ideologías no son la única desviación en el camino, también lo es el accionar de nuestros círculos sociales inmediatos. Constantemente el actuar se dirige hacia otros, puede ser en el presente tiempo o en el futuro, las acciones de otras personas nos conducen únicamente a reacciones en lugar de acciones, cuando esto sucede topamos con el problema que presenta el comportamiento externo en la consolidación de nuestra identidad. En qué diferenciaríamos a las reacciones  de las acciones siendo que las primeras entran dentro de los dominios de las segundas. Las reacciones, ciertamente caen en la categoría de acciones, mas, las primeras derivan de las últimas. Ejemplifiquemos con el estratega que planea sus acciones, para obligar a la armada enemiga a avanzar hacia terreno poco favorable para su defensa y de este modo cerrar su abanico de acciones libres. Precisamente, debido a ciertas convenciones, como lo pueden ser los códigos de etiqueta, el respeto hacia la propiedad ajena y  demás, que podemos clasificar como acciones genéricas nos induce hacia la reacción de contestar con propiedad, decencia y la debida cortesía. Así es pues como nos topamos con otra limitante hacia nuestro accionar pues simplemente ante las acciones ajenas, nosotros nos vemos obligados a reaccionar de una manera determinada sin hacer un verdadero uso de nuestra capacidad para figurar el razonamiento detrás de todo nuestro accionar. Sin embargo, las diferentes relaciones que cultivamos con diferentes identidades ayudan a diferenciarnos del resto de ellas por medio de un contraste de rasgos, nos abre a las posibilidades el relacionarnos con diversas imágenes. He aquí donde nace la nueva visión del repudio y afinidad hacia ciertos comportamientos externos también. En el rincón de las reacciones podemos encontrar una rendija por la cual mirar hacia alternativas que nos permitan imaginar las posibilidades de una reacción diferente quizá o simplemente la ausencia de acción ante un gesto que nos incomode, por ejemplo. Formamos así una antología de gestos que nos parecen agradables o desagradables, donde aspiramos a situaciones diferentes. La aspiración en este punto se observa como una realidad alcanzable sólo en nuestras elucubraciones de algo auténtico, empero, es de vital importancia en la conformación de la identidad. Con la aspiración comienza a vislumbrarse en el futuro aquello deseado o considerado como nuestro último bien. Delimitamos esa imagen de nosotros, la elegimos y empezamos a conducirnos hacia ella. Hemos tomado entonces el primer paso, el diferenciarnos de los otros, en primer lugar, por nuestras aspiraciones.

Responsabilidades sociales

Otra realidad con la que nuestra identidad choca inmediatamente es nuestro entorno social, donde nos desarrollamos. Desde pequeños, estos ámbitos tan diversos acarrean imposiciones, inclusive en las relaciones inmediatas con nuestros padres pues ellos ya acarrean la responsabilidad de cuidarnos como normalmente lo harían los padres de acuerdo a ciertas normas tácitas o como ellos lo consideren conveniente de acuerdo a su situación específica. Sea cual sea la situación, está implícita la responsabilidad de cuidar al neonato. Este tipo de responsabilidades provenientes desde fuera y conducidas por las ideologías están presentes en todos los ámbitos sociales en los que nos desenvolvemos, como en la educación, la cultura, la política, la convivencia y en nuestra ciudadanía como tal. Pese a que tienen un sentido razonado de existir, sólo nos enfocaremos en que son limitantes en nuestras acciones para poder llegar a una conformación auténtica de nuestra identidad. Puesto que las responsabilidades acarrean, muy frecuentemente, una serie de comportamientos preestablecidos de manera implícita en nuestra persona y un patrón de actividades que se repiten durante un largo periodo de tiempo los hábitos conducen nuestra identidad por senderos preestablecidos. ¿Cómo, si es que ahora mismo nos encontramos acorralados por todas estas imposiciones, podemos desarrollar una identidad plenamente original y auténtica?

Acción reflexiva.

Dicho lo anterior y habiendo revisado cada uno de los aspectos que se nos imponen desde fuera y que conducen nuestro actuar en el día a día podemos dar una respuesta a nuestro último cuestionamiento. Llevándonos a una imitación, a un patrón repetitivo de acciones que nos producen una sensación de adormecimiento hacia la vida, de desgana, como si estas imposiciones fueran un analgésico tenemos por una parte a lo externo. De esta manera podemos identificar que cada individuo, así como precisa ser único e irrepetible, también tiene necesidades que, precisamente también son únicas e incomparables a cualquier otra. La identidad es así, también un medio para responder ante los problemas que se nos presentan y satisfacer nuestras necesidades. Y como estos aspectos externos que nos han sido impuestos son en su mayoría hechos a partir de un estándar regulatorio no son desarrolladores plenos de la identidad de una persona y por consiguiente, no responden a sus necesidades específicas. La imitación de acciones sin una reflexión posterior de lo que se ha hecho no conduce a ninguna mejora o siquiera añadidura a nuestra identidad pues simplemente despersonalizamos la acción que debería de llevar al ulterior crecimiento. Hacemos nuestras acciones un mecanismo que otros imitan también. Sin embargo, detrás de cada acción hay un razonamiento y es por tanto, nuestra parte del trabajo hacer dicho razonamiento, desentrañarlo, llevarlo hacia un plano en donde podamos comprenderlo y, de ser necesario, modificarlo para que este responda a nuestras necesidades. Sin embargo, el que responda a nuestras necesidades no es un acto plenamente egoísta puesto que al autentificarnos, creamos también así un modelo o esquema a seguir, una vida que se ofrece como ejemplo para los demás¹. De aquí podemos identificar otro aspecto más en cuanto a la autenticidad de nuestra identidad, puesto que el ejemplo constituye también una parte importante. Los ejemplos, si bien se pueden considerar como estándares, no podemos olvidar su carácter pedagógico pues se nos exponen para enseñarnos algo. En este sentido, hacia la consolidación de una identidad auténtica, el ejemplo es un paso importante pues aquellas características que consideramos buenas nos sirven como una base para poder proyectar nuestras ambiciones, lo que queremos ser. Se expresa el potencial del ejemplo en la inspiración que provee a los individuos de querer (o no querer) ser como eso. El proyectarse hacia un determinado objetivo es fundamental a la hora de consolidar nuestra identidad como auténtica puesto que se agrupan de ese modo nuestras necesidades, ambiciones, nuestras afinidades hacia ciertos ejemplos o el repudio que sentimos hacia otros tantos. Así nos vamos diferenciando de los demás y por medio de nuestras acciones, llevadas ahora de un modo reflexivo, podemos decir que hemos interiorizado aquellos razonamientos para la consolidación de una identidad auténtica y en el proyecto podemos ver qué o quién queremos llegar a ser, lo cual puede distar mucho de todo lo impuesto ya, o bien, seguir con lo anterior.

Un pueblo debe llegar a ser lo que ha elegido.¹

Y viéndolo ahora desde esta perspectiva de los pueblos, y siendo que los puntos tratados con anterioridad son imposiciones plurales, nace la pregunta, ¿qué identidad nace primero? ¿Nuestra identidad colectiva o la singular? En esta última parte bien podríamos tomar una postura para apoyar una u otra noción, pero no es menester nuestro, sólo exponer la manera en que una identidad puede llegar a ser verdaderamente original o auténtica. La identidad, bien provenga del exterior o fuero interno pareciera ser una forma en que los demás a través del tiempo se han entregado a nosotros, ofreciéndonos sus ejemplos a través de ciertas imposiciones, como la figura del padre que en ocasiones es estricto con su hijo imponiéndole su mandato sin ahondar en las explicaciones pero, con el tiempo, descubrimos que es de esta manera  como se asientan las bases para formarnos a nosotros mismos en la vida. Somos así lo que nos forjamos, a través de los otros por medio de la disciplina y razonamiento de nuestras acciones y cómo nos ofrecemos hacia los otros en un  ejemplo más de vida al distinguirnos del resto, decidiendo y delimitándonos, encaminados hacia nuestra  identidad. Nuestra identidad original y auténtica, ya consolidada se vuelve una imposición más que aspira a crear otra igual de diferente de lo que le impusieron a ella. 

Bibliografía (Villoro, L. (1998) Estado Plural, pluralidad de culturas México: Paidos)¹